Un lustro con Francisco: una brecha en la Iglesia a comienzos del s. XXI Sergio Falvino (desde Buenos Aires)

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“Queridos hijos, sé que están en la Plaza. Sé que están rezando y haciendo oraciones, las necesito mucho. Es tan lindo rezar. Gracias por eso”.

Estas fueron las primeras palabras del Papa electo, que acababa de elegir el nombre del Pobre de Asís, Francisco, para guiar la convulsionada barca de Pedro como Vicario de Cristo en la tierra. Su Predecesor había renunciado al Papado unos meses atrás y el Card. Bergoglio había sido elegido para tomar la posta. Por eso, los fieles y, en especial, los jòvenes nos encontrábamos reunidos en la Plaza de Mayo, Plaza histórica de la capital argentina, donde Jorge Mario Bergoglio habìa desenvuelto su ministerio de Arzobispo. Cardenal Primado y Presidente de la CEA hasta esa fecha, y la multitud habìa escuchado en sigiloso silencio el nombre del nuevo Papa: luego todo fue jùbilo y sorpresa.

El Card. Jorge Mario Bergoglio de origen piemontés, aunque nacido en Argentina, se convirtió de este modo en el primer Papa latinoamericano, un Papa “del fin del mundo” (como él mismo se había autodefinido en su primer saludo público ante una muchedumbre orante y expectante desde el balcón de la Basílica de San Pedro) había sido convocado como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica universal.

En esa noche sudamericana de hace un lustro, seguían resonando en los altoparlantes las palabras del Papa electo que pedía sencillamente a quienes lo escuchaban con atención: “Les quiero pedir un favor. Les quiero pedir que caminemos juntos todos, cuidémonos los unos a los otros, cuídense entre ustedes, no se hagan daño, cuídense, cuídense la vida. Cuiden la familia, cuiden la naturaleza, cuiden a los niños, cuiden a los viejos; que no haya odio, que no haya pelea, dejen de lado la envidia, no le saquen el cuero a nadie. Dialoguen, que entre ustedes se viva el deseo de cuidarse”.

Estos eran los primeros consejos de un Padre y Pastor hacia sus hijos reunidos frente a la Catedral Metropolitana porteña, palabras emocionadas que surgían, con gran espontàneidad, del corazón de Francisco en esa bendecida madrugada de hace cinco años. Sus expresiones simples y su pedido al rebaño que él había guiado hasta allí: el cuidado mutuo, el de sus familias y la vida, el cuidado de los más débiles, en particular, el de los niños y ancianos (los dos extremos de la vida, como confirmará más adelante en sus discursos y homilías), la búsqueda incesante de la paz y el rechazo a toda forma de odio, envidia y guerra, dado que la guerra no lleva a ninguna parte y daña especialmente a los inocentes y desprotegidos. En definitiva, como suele repetir sin cansarse el Papa Francisco, se trata de construir puentes y no muros; de buscar siempre el diálogo; de respetar y apuntar a la tolerancia para evitar que la lengua mate la dignidad antes de que las acciones hagan lo propio con el cuerpo.

Al concluir sus palabras en esa histórica noche, el Papa Francisco invita y pide encarecidamente a sus entusiastas interlocutores en vivo y en directo: “Que vaya creciendo el corazón y acérquense a Dios. Dios es bueno, siempre perdona, comprende, no le tengan miedo; es Padre, acérquense a Él. Que la Virgen los bendiga mucho, no se olviden de este obispo que está lejos pero los quiere mucho. Recen por mí”.

Ha pasado un lustro desde su elección y de estas primeras palabras breves, pero significativas, cuyos conceptos habitaban ya el corazón de Bergoglio; las mismas van a ser reiterados y plasmados en muchos mensajes y ocasiones en estos años de Pontificado.

Han pasado cinco años de que sus gestos, sus viajes, sus palabras y gestiones, diplomàticas y demás, han intentado llegar a los centros mundiales de poder, para perorar la causa de quienes menos tienen, los desposeídos, de los más débiles y humildes, de quienes viven en las “periferías existenciales” para que reciban, al menos de parte del Papa, una caricia de Dios que alegre sus vidas y no los haga sentir los “descartados” del sistema.

Cinco años no es nada, aunque pueden hacer brecha: no podemos dejar de hablar ya de un mundo y de una Iglesia antes y después del Pontificado de Francisco. Así como sucedió con el breve Pontificado de Juan XXIII, con el de otros Pontífices amados, como recordamos en el ámbito de nuestro Instituto secular, había sucedido a inicios del siglo pasado con las aperturas anticipatorias del Concilio Vaticano II de nuestro querido Beato Cardenal Ferrari, a menudo incomprendidas por una cierta Jerarquía eclesiástica.

El Papa que es respetado y aún amado como líder moral y espiritual por muchos pueblos de Oriente y Occidente, aunque no profesan la fe cristiana, es criticado. incluso de modo sutil y artero, por ciertos sectores ideologizados ultrancistas y nostálgicos de épocas pasadas, que no dejan de añorar una Iglesia poderosa y cortesana y que, por ende, rechazan y desprecian una adhesión más cercana al Evangelio de Jesucristo; la misma ha sido expresada en estos años por Francisco con las siguientes expresiones: una comunidad de “pecadores perdonados”, que se halla siempre “en salida”, que asemeja a un “hospital de campaña” para quienes más la necesitan, que debe evangelizar por “atracciòn y no por proselitismo”, que es necesario que anuncie el ‘kerygma’ con “alegría” (y no “con cara de funeral”) y debe ponerse al “servicio” de todos los hombres.

Este es el motivo por el cual, aún después de cinco años y de haber manifestado tanto reconocimiento hacia su Sucesor con tantas manifestaciones de aprecio, el mismísimo Benedicto XVI, Papa emérito, debe señalar nuevamente la “continuidad ínterior” entre su Pontificado y el Papado de Francisco para acallar las críticas mordaces e infundadas que subsisten. He aquí las afirmaciones de Benedicto XVI: “el Papa Francisco es un hombre de profunda formación filosófica y teológica” Y agrega de inmediato: “ayudan, por lo tanto, a ver la continuidad interior entre los dos pontificados, si bien con todas las diferencias de estilo y temperamento” (Carta de Benedicto XVI al Prefecto de la Secretaría para la Comunicación, Mons. Dario Viganò).

Con respecto a esta diferencia de “estilo y temperamento”, más allá de los ‘slogans’ con que se mueven algunos periodistas, el Arzobispo Mons. Víctor Fernández, teólogo cercano al pensamiento de Francisco, en una entrevista a “La Stampa”, cuando se le pregunta si no se está intentando convertir al Papa demasiado en “personaje”, el entrevistado responde: el Papa “nunca ha sido amante del culto a las personalidades. Cuando él aprecia mucho a alguien le dice: ‘Humíllate’ “. Y luego agrega que el Papa Francisco desea: “que su papado sea un signo encarnado de la cercanía tierna y misericordiosa de Jesús. Pero quien no ve esto desde la más auténtica fe católica, termina olvidando el fin de todo, que es Jesús, y se queda en el personaje. Es como “quedarse con el dedo que indica la luna…” A modo de conclusión, compartimos cuanto responde Mons. Fernandez para poder relacionarlo con Francisco: “Los grandes santos y reformadores, los que han provocado reales cambios en la Iglesia y en la historia, no han sido amigos de slogans sino de gestos y entregas”.