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Querido Don Juan,
Le agradezco sus palabras en la noche de Navidad: fueron el signo de una verdadera y profunda amistad; no hay nada más generoso que el verdadero interés en el alma de otra persona. No tengo nada que darle para recompensarla: no hay excusa para un regalo que, por su naturaleza, no requiere que sea correspondido. Pero siempre recordaré su generoso corazón esa noche.
En cuanto a mis pecados el más grande es pensar solo en mis trabajos, lo que me hace un poco monstruoso y no puedo hacer nada; es un egoísmo que ha encontrado su coartada de hierro en una promesa conmigo mismo . No podía haber pedido perdon por este pecado, porque no soy capaz de prometer de no volver a cometerlo. Los otros dos pecados que ha percibido son mis pecados “públicos”: pero en cuanto a la blasfemia, se lo aseguro, no es cierto. Dije palabras duras contra una cierta Iglesia y un Papa : pero ¿cuántos creyentes ahora no están de acuerdo conmigo?
El otro pecado que tantas veces he confesado en mis poemas con tanta claridad y terror que terminó viviendo en mí como un fantasma familiar, a este pecado me he acostumbrado y por el cual ya no puedo ver su entidad real y objetiva . Estoy “atrapado”, querido Don Juan, de una manera que solo la Gracia podría liberarme. He caído para siempre del caballo pero un pie ha quedado atrapado en el estribo , por lo cual mi carrera no es un tranquilo paseo, mientras soy arrastrado mi cabeza golpea sobre el polvo y las piedras. No puedo subir al caballo de los judíos y tampoco al de los paganos, ni caer para siempre en la tierra de Dios.
Gracias de nuevo, por todo su afecto.
Pier Paolo Pasolini